- II
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- EL
ANÁLISIS
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- Después de
contrastar el amor con estas cosas, Pablo en tres versículos muy breves,
nos da un sorprendente análisis de lo que es esta cosa suprema. Yo os pido
que la contempléis. Es una cosa compuesta según él nos dice. Es como la
luz. Así como vosotros habéis visto a un hombre de ciencia tomar un rayo
de luz y pasarlo a través de un prisma de cristal, y así como habéis
visto el rayo de luz salir por el lado opuesto del prisma dividido en sus
colores componentes – rojo, azul, amarillo, violeta, anaranjado y demás
colores del arco iris – así Pablo hace pasar por esa cosa – el amor –
a través del magnifico prisma de su inspirado intelecto, y sale por el otro
lado dividido en sus elementos; y en estas pocas palabras tenemos el
espectro del amor, el análisis del amor. ¿Queréis observar cuales son
estos elementos?
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- Notad que poseen
nombres corriente; que son virtudes de las que oímos hablar todos los días;
que son cosas que pueden ser practicadas por todo hombre en todas las
circunstancias de la vida, y como el “summun bonum”, está compuesto de
multitud de cosas pequeñas.
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- El espectro del amor
nos muestra nueve elementos:
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- Paciencia
“El amor es sufrido.”
- Bondad
“Y benigno.”
- Generosidad
“El amor no tiene envidia.”
- Humildad
“El amor no es jactancioso, no se ensoberbece.”
- Cortesía
“No se porta indecorosamente.”
- Inegoísmo
“No busca lo suyo propio.”
- Buen Carácter “No
se irrita.”
- Candidez
“No hace caso de un agravio.”
- Sinceridad
“No se regocija en la injusticia, mas se regocija en la verdad.”
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- Paciencia, bondad,
generosidad, humildad, cortesía, inegoísmo, buen carácter, candidez y
sinceridad – todas ellas juntas constituyen el don supremo, la talla del
hombre perfecto. Vosotros observaréis que todas están en relación con el
hombre, con la vida, con el hoy que conocemos y el mañana cercano, y no con
la eternidad desconocida. Oímos mucho sobre el amor a Dios; Jesús habló
mucho sobre el amor al hombre. Nosotros nos apuramos mucho por estar en paz
con el cielo; Jesús habló mucho de paz en la tierra. La religión no es
algo extraño o extemporáneo, o algo incongruente, o inadecuado; es la
inspiración de la vida secular, el aliento de un espíritu eterno que
atraviesa este mundo temporal. El bien supremo, en una palabra, no una cosa
sino el acto de dar una más alta consumación a la multitud de palabras y
actos que componen la suma de todos los días corrientes.
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- No tenemos tiempo más
que para estudiar de pasada cada uno de estos elementos.
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- Paciencia.
El amor pasivo. La actitud normal del amor; el amor que espera para empezar;
sin apresuramiento; tranquilo, sereno – esperando entrar en escena cuando
le llegue la llamada, y ostentando en el ínterin el manto de la mansedumbre
y de la tranquilidad de espíritu. El amor es sufrido; todo lo soporta, todo
lo cree, todo lo espera. Porque el amor comprende, y por tanto espera.
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- Bondad.
El amor activo. ¿Habéis notado alguna vez como Jesús empleó la mayor
parte de su vida realizando actos bondadosos – meramente ejecutando actos
de bondad? Repasadla con ese propósito, y encontraréis que pasó una gran
parte de su vida simplemente haciendo feliz a la gente – haciéndoles
favores. Sólo hay una cosa más grande que la felicidad en el mundo, y esta
es la santidad; y esta no está
en nuestras manos. Lo que él sí ha puesto en nuestro poder es la felicidad
de nuestros semejantes, y esa se alcanza siendo bondadosos con ellos.
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- “La cosa más
grande”, dijo alguien, “que un hombre puede hacer por su Padre celestial
es ser bondadoso con algunos de sus otros hijos”. Y yo me pregunto ¿por
qué es que no somos todos más bondadosos de lo que somos? ¡Tanto como el
mundo lo necesita!
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- ¡Cuán fácilmente
se hace! ¡Cuán instantáneamente actúa!
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- ¡Cuán fácilmente
se recuerda! ¡Cuán sobradamente se paga a sí mismo – pues no hay deudor
en el mundo tan honorable, tan espléndidamente honorable, como el amor!
“El amor nunca se acaba”. El amor es éxito, es felicidad, es vida.
“El amor”, digo junto con Browning, “es la energía de la vida”.
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- “Porque la vida con
todos sus frutos de alegrías o pesares, y esperanzas y temores,
- No es más que la
moneda vuelta de lo pagado por conocer el amor
- Por saber lo que
pudiera ser, lo que ha sido y lo que es.”
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- Donde está el amor,
está Dios. El que mora en el amor, mora en Dios. “Dios es amor”. Por lo
tanto, amad. Sin distinciones, sin cálculo, sin morosidades, ¡amad!
Prodigad el amor a los pobres, que es bien fácil; particularmente a los
ricos, que son los que a menudo más lo necesitan; sobre todo, a vuestros
iguales lo cual es muy difícil, y por los cuales quizás cada uno de
nosotros hagamos menos que por los demás. Existe una gran diferencia entre tratar
de complacer y dar placer. Dad placer. No perdáis oportunidad de dar
placer a los demás. Porque ése es el incesante y anónimo triunfo de un
espíritu verdaderamente amoroso. “Yo sólo pasaré por este mundo una
vez. Toda acción bondadosa, por lo tanto, que pueda realizar, o cualquier
acto de bondad que me sea posible hacer a cualquiera de mis semejantes, déjame
hacerlo ahora. No debe diferirlo ni posponerlo, porque no pasaré otra vez
por este camino”.
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- Generosidad.
“El amor no tiene envidia”. Esto es el amor en competencia con otros.
Siempre que emprendáis una buena obra, hallaréis otros dedicados a la
misma clase de trabajo. No los olvidéis.
La envidia es un sentimiento de mala voluntad hacia aquellos que
laboran en la misma línea que nosotros, es un espíritu de codicia y
difamación, de desmeritar a los demás. Y este sentimiento, uno de los más
despreciables, surgirá al instante que lleguéis al campo de vuestras
labores, a menos que estéis fortificados con la gracia de la generosidad.
No envidiéis. Y después de haber aprendido esto, tenéis que aprender otra
cosa.
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- Humildad.
Es el poner un sello a vuestros labios y olvidar lo que habeis hecho;
ocultar, y no dejar que vuestra mano derecha sepa lo que haya hecho la
izquierda. Después que hayáis sido bondadosos, después que el amor se
haya irradiado sobre el mundo y haya concluido su hermosa obra, volved otra
vez a la sombra y no digáis nada de ello. El amor se oculta hasta de sí
mismo. El amor renuncia a la satisfacción propia. “El amor no es
jactancioso, no se ensoberbece”.
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- El quinto elemento es
uno que es algo extraño encontrar incorporado al “summun bonum”.
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- Cortesía.
Esta cualidad es el amor en sociedad, el amor en relación con la etiqueta.
“El amor no ser porta indecorosamente”. La urbanidad se ha definido como
el amor expresado en fruslerías. La cortesía se dice que es el amor
expresado en cosas pequeñas. Y el secreto único de la urbanidad es amar.
El amor no puede portarse indecorosamente. Podéis poner a la persona más
inculta entre la más alta sociedad, que si tiene un tesoro de amor en su
corazón no se conducirá mal. No podría hacerlo. Carlyle decía de Robert
Burns que no había en toda Europa un caballero más perfecto que aquel
campesino poeta. La razón consistía en que él amaba todas las cosas –
al ratoncito y a la margarita, a todas las cosas, grandes y pequeñas –
creadas por Dios. Así pues, con ese sencillo pasaporte le era posible
alternar en cualquier sociedad, y dejando su casita humilde situada en las márgenes
del Ayr, subir a la corte y a los
palacios. Vosotros conocéis el significado de la palabra “caballero”;
significa gentilhombre – un hombre que hace todas las cosas con gentileza,
con amor. Y en esto reside todo el arte y todo el misterio de su realización.
El hombre gentil, el caballero, no puede realizar algo que no sea
caballeroso. Las almas que carecen de hidalguía, las naturalezas que no
conocen la benevolencia, ni la conmiseración, no pueden hacer otra cosa.
“El amor no se porta indecorosamente”.
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- Inegoísmo.
“El amor no busca lo suyo propio”. Observad esto: no ambiciona ni busca
aquello que le pertenece. En la Gran Bretaña, el inglés es afecto a sus
derechos, siente devoción por ellos. Le gusta defender sus derechos, sus
derechos como hombre y como súbdito inglés. Y me imagino que vosotros sentís
la misma clase de patriotismo. Vosotros defendéis vuestros derechos; y todo
hombre, como individuo o como ciudadano, posee un sentimiento de propiedad
sobre lo que llama “sus derechos”.
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- Pero a veces llega el
momento en que un hombre puede ejercitar el derecho más elevado aún de
renunciar a sus derechos. Sin embargo, Pablo no nos ordena que abandonemos
nuestros derechos. El amor va mucho más lejos aún. Nos induce a que ni
siquiera los busquemos; que los ignoremos del todo, que eliminemos el
elemento personal totalmente de nuestros cálculos. No es tan duro renunciar
a nuestros derechos. A menudo son externos. Lo difícil es renunciar a
nosotros mismos. Más difícil todavía es no buscar cosa alguna para
nosotros mismos. Después de haberlas buscado, de haberlas comprado, de
haberlas ganado, de haberlas merecidos, les habremos ya quitado lo mejor, la
flor y nata por decirlo así, para nosotros.
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- Poco sacrificio será
quizás, el renunciar entonces a ellas. Pero no debemos buscarlas ni pensar
en nuestras propias cosas, sino en la de los demás – id
opus est. “¿Buscas tú
grandes cosas para ti mismo?” dijo el profeta; “¡no las busques!” ¿Por
qué? Porque en las cosas no hay grandezas. Las cosas no pueden ser grandes.
La única grandeza es el amor inegoista. Aun la abnegación propia por sí
misma, no es nada, es casi una equivocación. Solamente un gran propósito o
un amor más poderoso pueden justificar el desperdicio. Más difícil es,
según he dicho, no buscar en
lo más mínimo nuestro provecho, que, habiéndolo buscado, renunciar a él.
Retiro esa frase. Eso es cierto solamente cuando se trata de un corazón que
es egoísta en parte. Para el amor no existe sacrificio, y nada es una
privación. Yo creo que el yugo de Cristo es fácil de llevar. El yugo
de Cristo es sólo su modo de ser y vivir la vida. Y creo que una forma más
fácil que ninguna otra. Creo que es una ruta más feliz que ninguna otra.
La lección más evidente que nos dan las enseñanzas de Cristo es que no
existe felicidad en tener y adquirir algo, sino en dar. Y repito: no
existe felicidad en tener o adquirir,
sino solamente en dar. Y la mitad del mundo sigue la pista falsa en la búsqueda
de la felicidad. Ellos creen que consiste en tener y adquirir, y en ser
servidos por otros. Y consiste en dar y servir a otros. Aquel que quiera ser
grande entre vosotros, dijo Jesús, que sirva a los demás. Aquel que quiera
ser feliz, que recuerde que sólo existe un camino: es más bienaventurado,
es más feliz, dar que recibir.
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- El próximo elemento es uno muy notable:
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- Buen Carácter.
“El amor no se irrita”. Nada podría ser tan sorprendente como
encontrar aquí esa cualidad. Nos inclinamos a mirar el mal humor como una debilidad completamente inofensiva. Hablamos de él
como si fuera una negra flaqueza de la naturaleza, un defecto de familia,
una cuestión de temperamento, no como cosa que debe tomarse muy en serio
al apreciar el carácter de un hombre. Y sin embargo así, aquí, en el
corazón mismo de este análisis del amor encuentra un lugar; y la Biblia,
una y otra vez, vuelve a condenarlo como uno de los elementos más
destructivos de la naturaleza humana.
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- La peculiaridad del mal humor es que es un vicio
del virtuoso. A menudo es el único borrón que empaña un carácter noble
en otros respectos. Vosotros conoceréis
hombres y mujeres que son casi perfectos, que lo serían por entero si no
fuera por su carácter fácilmente irritable, irascible,
“susceptible”. Esta compatibilidad del mal humor con un alma elevada,
es uno de los más extraños y tristes problemas de la ética. La verdad
es que hay dos clases de pecados; pecados del cuerpo y pecados del carácter.
El Hijo Pródigo puede tomarse como ejemplo del primero, y el Hermano
Mayor, del segundo. Ahora bien, la sociedad no abriga ninguna duda tocante
a cual de ellos es peor. Su juicio recae, sin objeciones, sobre el Pródigo.
¿Pero, tenemos razón? No disponemos de una balanza para compensar los
pecados del uno y los del otro, y “más vulgares” o “más leves”
no son sino palabras humanas; pero las faltas de naturaleza más elevada
pueden resultar menos veniales que las de la naturaleza más baja, y a los
ojos de Aquél que es Amor, un pecado contra el amor puede parecer cien
veces más grosero. No hay forma alguna de vicio, no hay tendencia
mundana, no hay ansias de oro, ni la embriaguez misma, que tienda tanto a
desmoralizar el espíritu cristiano de la sociedad, como el mal humor.
Para amargar la vida, para dividir las comunidades, para destruir los más
sagrados lazos de parentesco, para devastar hogares, para debilitar a
mujeres y hombres, para marchitar la frescura de la niñez – en una
palabra, como una fuerza simplemente injustificada y productora de
miserias, nada existe que se iguale a esta maligna influencia.
Mirad al Hermano Mayor: moral,
laborioso, paciente, consciente de su deber; démosle crédito por sus
virtudes, pero miremos a este hombre, como a un niño malhumorado frente a la
puerta de la casa de su propio padre. “Estaba enfadado”, leemos, “y no
quería entrar”. Mirad el efecto sobre la alegría de los convidados. Juzgad
el efecto sobre el Pródigo – ¡y cuántos hijos pródigos son arrojados
fuera del reino del Señor por el carácter odioso de aquellos que pretenden
estar dentro de él! Analizad por vía de un estudio del carácter, la nube
tempestuosa que se cierne sobre el entrecejo del Hermano Mayor. ¿De qué está
compuesta? Celos, ira, orgullo, falta de benevolencia, crueldad, justificación
propia, susceptibilidad, terquedad, enfado – estos son los elementos que
componen esa alma obscura y carente de amor.
En proporciones variables, estos
son también los elementos que componen todo malhumor. Juzgad si tales pecados
del carácter no son peores para vivir con ellos, y para la vida de los demás,
que los pecados del cuerpo. No dijo Jesús por cierto, contestando esa
pregunta: “Y yo os digo, que los publicanos y las rameras os van delante al
reino de Dios”. Realmente no hay lugar en el cielo para caracteres de esa
clase. Un hombre de tan mala disposición sólo podría hacer el cielo
imposible a todos los que en él estuvieran. Por consiguiente, a menos que
volviera a nacer, no podría – le sería simplemente imposible
– entrar en el reino de los cielos. Pues es cosa cierta – y vosotros no
debéis interpretar mal mis palabras – que para entrar en el cielo, el
hombre tiene que llevar el cielo en él.
Ahora bien, nada hay que un cristiano deba
esforzarse más por desarraigar por completo de su carácter, que el malhumor.
Puede requerir una lucha de años – quizás la de toda una vida; pero tiene
que llevarse a cabo. Tiene que llevarse a cabo.
No solamente por lo que es, sino por lo que revela. Revela en el fondo una
naturaleza mal dispuesta. Es una fiebre intermitente que acusa una enfermedad
interior sin intermitencia; es la burbuja que ocasionalmente se escapa y sube
a la superficie, descubriendo la podredumbre que hay en el fondo; es una
muestra de los más escondidos productos de la naturaleza humana que escapa
involuntariamente cuando uno no está en guardia; en una palabra, es la
relampagueante forma que acusa un centenar de pecados horribles y
anticristianos. Porque la carencia de paciencia, bondad, generosidad, la
carencia de cortesía, la carencia de inegoísmo, se simbolizan todas instantáneamente
en un relámpago de malhumor.
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- Continuará
a medida que se vaya traduciendo. Gracias
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