El Problema Octogésimo Cuarto (Ochenta y Cuatro)
Por Yin Yao Shakya
Traducido al Español por Hortensia De la Torre, (Upasika Yao Feng)
Octubre del 2000
 
 
Este ensayo trata acerca de los problemas – de la clase que todos compartimos. Grandes y pequeños, problemas que nos causamos nosotros mismos y problemas que el mundo nos inflige.
 
Una vez un hombre vino a ver al Buda porque había oído que el Buda sabía como solucionar los problemas. El hombre tenía más dificultades de las que él podía soportar, así que se arrodilló y le suplicó, “Señor, mi vida no es nada más que conflictos y sufrimientos. Ayúdame a encontrar la paz.”
 
El Buda sonrió. “Hermano, dime cuál es el problema.”
 
“Yo soy un campesino,” dijo el hombre, “un buen campesino. Disfruto trabajando en la labor. Pero siempre hay un conflicto con el clima. Algunas veces no llueve suficiente y mi cosecha se muere, entonces mi familia no tiene nada que comer. Otras veces llueve mucho y mi cosecha se malogra, y mi familia casi se muere de hambre. No importa lo que yo haga, mi vida no me trae nada más que ansiedad.”
 
El Buda escuchó tranquilamente como el hombre continuaba.
 
“Yo tengo una esposa y dos hijos. ¡Los amo a todos, pero algunas veces ser esposo y padre, es nada más que dolores de cabeza! Mi esposa siempre me reprende tanto que aunque viva hasta los cien años, ¡no tendría tiempo para  imaginarme todo lo que ella quiere de mí! ¡Y mis hijos! Ellos comen mi comida y gastan mi dinero, pero no respetan ni a mí ni a la tierra. Ellos vagabundean, inútil y egoístamente.
 
El Buda movió la cabeza.
 
“¡Y entonces, están mis vecinos! Éste me roba el agua; aquél coloca su cerca en mi propiedad. El otro camina su ganado a lo largo de mi propiedad. Y el peor de todos, tiene un hijo idiota que está enamorado de mi preciosa hija. No puedo trabajar en mi cosecha sin tener que discutir con uno de ellos acerca de algo.” El hombre continuó de esta forma, cuidadosamente catalogando todos sus problemas. Después de una hora más o menos, él estaba casi en lágrimas, y muy agitado al hablar. Él inclinó su cabeza y esperó que ‘El Iluminado’ hablara las palabras que terminarían con su sufrimiento.
 
El Buda dijo, “Hermano, lo siento mucho. No puedo ayudarte.”
 
El hombre no lo podía creer. “¿Qué quiere usted decir, que no puede ayudarme?” Y entonces, disgustado, se puso a renegar. “¿De qué sirve usted si no puede ni siquiera decirle a un simple campesino como mejorar su vida?” Entonces se paró para irse. El Buda respondió, “Es verdad que no puedo ayudarlo. Y no creo que alguien más pueda hacerlo. Pero quizás yo le pueda decir como obtener ayuda de una persona que puede ayudarlo... usted mismo.”
 
El campesino se sentó y escuchó.
 
“A usted,” dijo el Buda, “y a todos y cada uno que nacen en este mundo del Samsara les ha sido dado ochenta y tres problemas. Usted trata con ellos lo mejor que puede. Ya sea si meramente los sobrevives o si los trabajas constructivamente para resolverlos, encuentras que tan pronto solucionas uno, otro instantáneamente surge y toma su lugar. Así es la vida.”
 
El campesino consideró esto. “Si,” dijo él, “pero, ¿podemos resolver los Ochenta y Tres problemas en el tiempo de esta vida?”
 
“Ah”, dijo el Buda, “ese es el problema. Una vez solucionados, ellos no se mantienen así. Ellos continúan regresando, algunas veces en diferentes lugares y otras veces con diferentes personas.”
 
“Entonces, ¿nunca seré feliz? ¿Estos Ochenta y tres problemas me seguirán incluso hasta la tumba?” De repente el campesino se enfureció. “¿Qué clase de enseñanza es ésta? ¿Qué voy a hacer ahora?
 
“Bien,” dijo el Buda, “Puedes resolver el problema Octogésimo Cuarto (Ochenta y Cuatro).”
 
“¡Oh, maravilloso!”, dijo el hombre sarcásticamente. “¡Ahora tengo Ochenta y CUATRO problemas! ¿Y cuál puede ser ese problema?”
 
“El problema Octogésimo Cuarto” replicó el Buda, “es decidir no tener ningún problema.”
 
Y de eso es todo lo que se trata.
 
Al igual que todos nosotros, el pobre campesino tuvo la experiencia de su vida con problemas y frustraciones. Al igual que todos nosotros, él soñó ponerle fin a sus problemas de una vez por todas. Pero como cualquiera que llega al budismo, él tuvo que progresar más allá de la Primera Noble Verdad: La Vida en el Samsara es agria y dolorosa.
 
De hecho es, que ser budista no hace que los problemas de la vida se desvanezcan. Un budista todavía tiene un trabajo, una familia y problemas de tráfico con los que se tiene que enfrentar. Ni tampoco el Budismo ofrece soluciones cómodas y fáciles de digerir para cada uno de los problemas agrios que la vida nos pone en nuestro plato.
 
El Budismo nos enseña que los problemas van con la vida al igual que la humedad va con el océano. Solamente los muertos no tienen problemas. Y ciertamente no encontraremos ningún consuelo en decirnos a nosotros mismos, “Bien, la próxima vida será mejor.” Estar vivo en cualquier tiempo y en cualquier lugar es un esfuerzo. Es nuestra actitud hacia la vida, la que determina si observamos o no ese esfuerzo como un problema o como un reto.
 
George Polya, ese matemático prominente que trabaja para solucionar problemas matemáticos, dijo, “Un gran descubrimiento resuelve un gran problema, pero hay una pequeña partícula de descubrimiento en cada problema.” Y, este es el acercamiento Budista: comprender los problemas, grandes y pequeños, buscando en cada uno de ellos la pequeña semilla del descubrimiento. Hay un gran goce en solucionar un problema cuando vemos el mismo, como el origen de su propia solución.
 
Nosotros estamos propensos a perder la perspectiva. Vemos un obstáculo y estamos ciegos al hecho de que es, en estar vivo y en ser capaz incluso de ver el obstáculo, lo que nos da la habilidad para vencerlo.
 
Muy a menudo, la mejor forma que tenemos de lidiar con un problema es considerarlo menos importante que los problemas de los demás. Encontramos consuelo en las banalidades. “Lloré porque no tenía zapatos hasta que vi un hombre que no tenía pies.” Pero el Budismo dice, “¿Por qué lloras porque no tienes zapatos? Deja de llorar, y encuentra una forma de obtener tu mismo algunos zapatos. ¡Soluciona primero, el problema Octogésimo Cuarto!”
 
Recientemente vi un grupo de muchachos que no tenían pies. Estaban jugando al baloncesto en sillas de ruedas. Ellos estaban riéndose y gritando sin diferencia alguna en la forma que ellos hubieran actuado si hubieran estado conduciendo su ofensiva y defensiva con los dos pies. Estos hombres estaban en el momento Octogésimo Cuarto, en el juego, disfrutando la vida.
 
El mundo está lleno de hombres que tienen dos pies pero que no disfrutan nada y protestan de casi todo porque ellos no pueden encontrar esa pequeña semilla de descubrimiento dentro de ninguno de sus problemas.
 
Los hombres en las sillas de ruedas aceptaron lo que había sido puesto en su plato, y sin importarles lo agrio que era, dejaron que eso los nutriera. Ellos hallaron una forma de resolver su problema y de encontrar la satisfacción del descubrimiento en esa solución.
 
Y esto es lo que aquel campesino necesitaba hacer. En lugar de quejarse, él necesitaba responder a los retos del clima adquiriendo otras destrezas, ocupándose de que él y su familia aprendieran el intercambio o una habilidad agrícola de forma que cuando hubiera sequías o inundaciones, ellos hubieran podido ser capaces de continuar prósperos. Él necesitaba reunirse con sus vecinos y discutir las soluciones de la ley, el respeto mutuo y el trabajo en grupo, en lugar de oponerse.
 
Hay un goce en descubrir, en crear algo nuevo y útil, en aceptar un reto e involucrarnos nosotros mismos constructivamente en su solución. Todos necesitamos resolver primero, el problema Octogésimo Cuarto. Esa es la actitud. Esa es la Gracia. Es el estar agradecidos de estar vivos aquí y ahora y ser bendecidos con todos los otros Ochenta y Tres retos de la vida.
 
Traducido por Hortensia De la Torre, (Upasika Yao Feng) [Rev. Yin Zhi Shakya despues de la Ordenación]
Octubre del 2000

 

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