Annabhara, el esclavo de Sumana, había terminado de cortar el heno de la vega para forraje de los animales, cuando vio un samana con su escudilla mendigando por comida. Tirando el atado de heno que tenía en sus manos, corrió hacia la casa y regresó con el arroz que se le había dado para su propia comida. El samana se lo comió y lo elogió con palabras religiosas vivificantes.
Habiendo observado la escena desde la ventana, la hija de Sumana gritó - ¡Bien, Annabhara, bien! ¡Muy bien! - Oyendo esas palabras, Sumana le preguntó qué significaban, y después de ser informado, la devoción de Annabhara y las palabras de bienestar que había recibido del samana se dirigieron a su esclavo ofreciéndole dinero para dividir la bienaventuranza de su ofrenda.
- Mi Señor - dijo Annabhara - déjame primero preguntarle al venerable hombre - y acercándose al samana le dijo - Mi Maestro me ha pedido que comparta con él la bienaventuranza de la ofrenda que te hice brindándote la parte de mi arroz. ¿Es correcto que la divida? El samana replicó en forma de parábola diciendo:
- En una aldea de cien casas una sola luz estaba encendida. Entonces un vecino llegó con su lámpara y la encendió; y en esa misma forma la luz fue transmitida de casa a casa y la brillantez en el pueblo se incrementó. Así, la luz de la religión puede ser difundida sin restringir ni escatimar a aquel que la comunica. Deja que la bienaventuranza de tu ofrenda se difunda también. Divídela.
Annabhara regresó a la casa de su maestro y le dijo - Mi Señor, aquí te presento una porción de la bienaventuranza de mi ofrenda. Dígnese a aceptarla.
Sumana la aceptó y le ofreció a su esclavo una suma de dinero, pero Annabhara replicó - No de esa forma, mi Señor, si acepto su dinero apareciese como si le vendiera mi parte. La bienaventuranza no puede ser vendida; te suplico la acepte como un regalo.
- El Maestro replicó - Hermano Annabhara, de ahora en adelante serás libre. Vive conmigo como mi amigo y acepta este regalo como una señal de mi respeto.
Hubo una vez un hombre acaudalado que encontró repentinamente su oro convertido en cenizas, y como consecuencia, se retiró a su cama y rehusó cualquier clase de comida. Enterándose de su enfermedad, un amigo fue a visitarlo y una vez allí se enteró de la causa de su tristeza. El amigo le dijo - No hiciste buen uso de tu riqueza. Cuando la acumulaste y escondiste no era mejor que esas cenizas que has encontrado. Ahora, presta atención a mi consejo. Ahora extiende algunas esterillas en el bazar, coloca varias pilas de estas cenizas sobre ellas, y entonces, pretende negociar con ellas.
El hombre acaudalado hizo lo que su amigo le aconsejó, y cuando sus vecinos le preguntaron - ¿Por qué estás vendiendo esas cenizas? - él dijo - Ofrezco toda la mercancía que tengo para vender.
Después de un tiempo, una jovencita llamada Kisa Gotami, una pobre huérfana que pasaba por allí, observando al hombre rico en el bazar dijo - Mi Señor, ¿por qué apilas ese oro y esa plata para la venta? - Y el hombre rico dijo - Por favor, ¿me podrías dar ese oro y esa plata? Y Kisa Gotami cogió en su mano un montón de cenizas y ¡ta rá! se convirtieron en oro. Considerando que Kisa Gotami tenía el ojo mental del conocimiento espiritual y podía observar la validez real de las cosas, el hombre acaudalado le dio en matrimonio a su hijo y le dijo - Para muchos el oro no es mejor que las cenizas, pero para Kisa Gotami las cenizas se convierten en oro.
Y Kisa Gotami tuvo un solo hijo, y murió. En su tristeza ella cargó el hijo muerto, llevándolo a todos sus vecinos, pidiéndoles medicina; y las personas decían - Se ha vuelto loca. El niño está muerto.
- En ese tiempo Kisa Gotami se encontró con un hombre que le respondió a su pedido. - No puedo darte medicina para tu hijo, pero conozco un médico que puede.
- La muchacha dijo - Te imploro que me digas, Señor, ¿quién es él? - Y el hombre replicó - Ve a Shakyamuni, el Buda.
Kisa Gotami se presentó al Buda y lloró - Señor y Maestro, dame la medicina que cure a mi niño.
El Buda respondió - Quiero un montón de semillas de mostaza.
- Y cuando la muchacha en su felicidad le prometió traérselas el Buda agregó - Las semillas deben de ser tomadas de una casa donde nadie ha perdido un hijo, un esposo, unos padres o un amigo.
Pobre Kisa Gotami, ahora se dirigía de casa en casa, y las personas apiadadas de ella le decían - ¡Aquí esta la semilla de mostaza, tómala! - Pero cuando ella preguntaba si su hijo o hija, o padre o madre, habían muerto en la familia, ellos le respondían - ¡Oh! Los vivos son pocos pero los muertos son muchos. No nos recuerdes de nuestras profundas tristezas. Y no hubo ni una casa donde un ser querido no hubiera muerto...
Kisa Gotami estaba cansada y sin esperanza, entonces se sentó a la orilla del camino observando las luces de la ciudad pestañar y extinguirse otra vez. Al fin, la oscuridad de la noche reinaba en todas partes. Entonces, consideró el destino de los hombres, que sus vidas pestañeaban y se extinguían; y pensó en ella misma: "¡Qué egoísta he sido con mi tristeza!" La muerte es común a todos; sin embargo, en este valle de desolación, hay un camino, a la inmortalidad, que guía al que ha subyugado todo su egoísmo.
Apartándose del egoísmo de su afección por su hijo, Kisa Gotami, enterró su hijo en el bosque. Y regresando al Buda, se refugió en Él, encontrando consuelo en el Dharma - el bálsamo que suaviza todos los dolores de nuestros corazones atormentados.
El Buda dijo - la vida de los mortales en este mundo es perturbada, breve y combinada con dolor. Porque no hay ningún medio por el cual, aquellos que han nacido eviten el morir; después de alcanzar la vejez, está la muerte; los seres vivientes son de esa naturaleza. Como los frutos cuando maduran están en peligro de caer, así los mortales, cuando nacen, están siempre en peligro de morir. Como las vasijas de barro hechas por el alfaharero se rompen al final, así es la vida de los mortales. Ambos, los jóvenes y los adultos, los tontos y los sabios, todos caen en el poder de la muerte; todos son sometidos a ella.
- A esos que, vencidos por la muerte, se marchan de la vida, un padre no puede salvar a su hijo, ni los parientes a sus allegados. ¡Sepan! que mientras los parientes miran y se lamentan profundamente, uno por uno, los mortales son llevados, al igual que el buey es llevado al matadero, hacia el fin de su cuerpo material. Mientras el mundo se desconsuela con la muerte y la decadencia, el sabio, conociendo los términos de éstas, no se aflige por ellas. En cualquier forma que las personas piensen que la cosa pasará, frecuentemente es diferente a lo que pasa y la desilusión es grande; vean, así son los términos del mundo.
- Ni llorando y sufriendo alguien podrá obtener la paz mental; por lo contrario, su dolor será mayor y su cuerpo sufrirá. Él mismo se enfermará y palidecerá, sin embargo la muerte no lo salvará con sus lamentaciones. Las personas se mueren y su destino después de la muerte será de acuerdo a sus acciones. Si un hombre vive cien años o incluso más de cien, será separado de la compañía de sus parientes y dejará la vida de este mundo. Aquel que busca la paz, debe apartarse de la lamentación, las quejas y la tristeza. Aquel que se ha apartado de ellas y ha llegado a sosegarse, obtendrá la paz mental; aquel que ha vencido toda tristeza será libre de ella, y será bendecido.
Para terminar tengamos en cuenta que:
Este día ha pasado.
También nuestras vidas están concluyendo.
Como pez en poca agua,
El goce no durará.
Trabajemos con el esfuerzo correcto.
Como si tuviéramos nuestras cabezas en llamas.
Estén alertas a la impermanencia.
Sean cuidadosos de la pereza y la ociosidad.